Arturo Gudiño
Luego de varios años de rodaje, en el cual se emplearon exclusivamente técnicas digitales, durante el año 2006 se estrenó “El Imperio” (“INLAND EMPIRE”, originalmente en mayúsculas), película de David Lynch. Cineasta nacido en Missoula, Montana, Estados Unidos, el 20 de enero de 1946, su actividad artística también abarca otros terrenos, como la pintura, la música, la fotografía e incluso el diseño mobiliario.“El Imperio” es una cinta que nos hace pensar en el teatro de la crueldad de Antonin Artaud, mediante cuyos recursos escénicos se busca impactar al espectador, hasta hacerlo llevarse consigo una experiencia trastornadora de la vida cotidiana. El filme de Lynch nos presenta escenas impredecibles e inconexas, que no sólo van constituyendo un reto para la ilación de la trama, sino que, además, el público es sacudido al observar cómo Nikki, la protagonista (Laura Dern), va pasando de la fama a la degradación, sorteando laberintos existenciales creados por el genio de Lynch. Habrá que recordar que Laura Dern no es novicia en el cine de Lynch, pues años atrás protagonizó “Salvaje de corazón” junto con Nicholas Cage. En esta otra película se encuentran elementos recurrentes en Lynch, como son la vida en las pequeñas comunidades de los Estados Unidos, así como el estilo del road movie. Subtitulada como “una mujer en apuros” (“a woman in trouble”), pudo haberse esperado que “El Imperio” fuera una historia semejante a la de “Mulholland Drive”, en donde la protagonista (Naomi Watts) pierde su inocencia y candidez ante una espiral de desencanto y degradación representada por las trampas de Hollywood. Sin embargo, a pesar de que Hollywood sigue estando presente en este cine acerca del cine, “El Imperio” conlleva nuevos elementos que dan una mayor riqueza estructural al filme. Aquí se encuentran más puertas falsas, más acciones misteriosas e inexplicables, una nueva sensación de extrañamiento ante la propia imagen, y el cine como vehículo de autorreflexión. Hollywood, la meca del glamour y de las superproducciones, contrasta con el Hollywood boulevard, sitio de reunión de los parias del sueño americano.La “historia principal” describe los vericuetos que atraviesa Nikki al ser aceptada para interpretar el rol principal de una película, co-protagonizada por Devon, un apuesto actor con quien tendrá una aventura amorosa durante la filmación. El ambiente del rodaje se va poblando de incidentes y circunstancias inusuales, de tal manera que el cine y la vida privada de los actores se van entremezclando, a manera de pesadilla. Esa interconexión entre arte y realidad, persona y personaje, nos remiten a la manera en que, en “El espejo” de Tarkovski, los recuerdos y las asociaciones van abriendo diferentes planos dentro del filme. La diferencia es que en “El Imperio” esos planos son una especie de conciencia disociada de los protagonistas, un despliegue de universos paralelos que van conformando un caos anecdótico con increíbles perspectivas.En ese caos narrativo se van sucediendo el contraste entre el glamour y la vida subterránea del lumpen, entre la lucidez y la alucinación, la explicación de los sucesos y lo arbitrario de la propia narración. Se da también una usurpación de personalidades, la cual crea un suspenso a ratos carente de sentido. Justamente esta riqueza estructural hace que “El Imperio” no sea una película apta para todo público, sobre todo no apta para aquél enfrascado en el consumo de productos hollywoodenses, en donde los esquemas ya conocidos nos brindan historias predecibles, o ambientes de sobra explorados. Cabe mencionar que alrededor de un 20% del público abandonó la sala durante la función a la que un servidor asistió. Sin embargo, el otro 80% nos quedamos a disfrutar un estilo cinematográfico, ciertamente difícil, pero sumamente original.El arte de Lynch delata su amor confeso por el surrealismo, así como su fuerte formación pictórica y fotográfica. Hay momentos incluso en que el espectador se enfrenta a un planteamiento netamente abstracto, mismo que lo atrapa y lo proyecta hacia planos insospechados dentro de la narración. Además de reconocer su admiración por Ingmar Bergman o Werner Herzog, David Lynch experimentó un especial descubrimiento con el cine de Buñuel, en cuya vena surrealista seguramente captó matices para su propia obra. Por ejemplo, “El Imperio” a ratos parece haber sido estructurado como un “cadáver exquisito”, la técnica surrealista utilizada en la creación de “Un perro andaluz” de Buñuel y Dalí.Por otra parte, el aspecto visual es complementado de manera cronométrica, mediante la banda sonora de Angelo Badalamenti, asiduo colaborador del director. El ambiente de suspenso, así como la constante tensión psicológica, son magistralmente aderezadas con una música de tono en ocasiones minimalista, o de una estridencia oportuna, que sirve para llevar de la mano al espectador a través de una trama que nunca intenta concretarse.
A pesar de la sordidez de las historias, lo lúgubre del ambiente, y la pesadilla personal recurrente, “El Imperio” no es necesariamente una película pesimista. Es más bien un ejercicio creativo en donde se nos muestran aspectos inexplorados de la cinematografía, por medio de los cuales podemos proyectar regiones poco conocidas de la propia existencia humana. La última escena es fundamental para lograr un contrapunto inesperado durante el film: se trate de un salón de baile (o un burdel quizás) en donde la protagonista y un grupo de prostitutas se mueven al ritmo de una animada canción que contrasta con el tono lúgubre de la película. ¿Qué nos quiso decir Lynch? ¿La pesadilla llegó a su fin? ¿Las personalidades se reencuentran luego del caos onírico? No lo sabemos, y quizá él tampoco. Queden entonces sus palabras como testimonio de su propia expresividad cinematográfica:
“Preferiría suicidarme a hacer una película en la que yo no tenga la última palabra sobre el resultado final. Hay quien dice que el público no quiere pensar, sino que prefiere que le den las cosas ya masticadas. […] A veces me enamoro de una idea e intento convertirla en película, de la misma manera que a un pintor se le ocurren ideas que quiere plasmar en un lienzo”.