Linda Jimenez exhibirá hasta el 8 de junio de 2008, en la espaciosa galería de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM, las 36 obras premiadas “más perfectas del planeta”, de acuerdo a la calificación otorgada en la Unión Americana, por los especialistas August Sargent y Alphonse Hopkins, quienes pudieron ser entrevistados durante el acto inaugural, por Unomásuno.
Los citados críticos de arte, explicaron que las 36 obras expuestas de la famosa artista, fueron observadas minuciosamente por ellos en el Centro Lincoln de Arte. “Nos impresionó que una dama de personalidad tan discreta y agradable, haya logrado imprimir tal ternura en retratos de corte clásico, en pleno siglo XXI. La dama pintora, suele desplegar toda su paleta cromática sobre la tela. Sus reinvenciones en matices de gamas y de contra gamas son únicas en aportaciones de temples, empastes y veladuras. Son muy novedosas, porque en ellas las luces son lenguajes fundamentales y no complementarios. La artista Linda Jiménez, simplemente sabe pintar perfectamente bien. Su obra sostiene una fuerza de trabajo única. Sus formatos de ojos constituyen ventanas impresionantes de observación, simplemente no oculta ningún detalle. Nada queda fuera de sitio. Todo en su obra se sostiene equilibradamente con respaldos de verdadero conocimiento pictórico. En fin, estamos muy contentos con el hallazgo, pues ya no habíamos vuelto a ver algo parecido. Sobre todo, porque no nos hemos encontrado con una artista que arranque autógrafos al pasar, sino con una pintora que está caminando dignamente, seria y sensiblemente por el intrincado mundo del arte plástico”, dijo Alphonse Hopkins.
“Mis personajes son llamaradas del cielo, hurgan mis sentidos los rostros”, define Linda al hablar de su obra. “Las comunicaciones gesticulares tras las capas y velos de la sociedad son extractos, frisas, actividades citadinas interminables. No importa en que rincón cómodo o calle, encuentro detrás de la piel, esos regios envases de facciones y esperanza. Nobleza rescatable. Las ventanas del alma, reflejan la fuerza y la vulnerabilidad, mismas que dignifico con los pinceles. Éstos son instrumentos de liberación, parlantes profetas, llamaradas del cielo, llamando a cada uno a la elección de una vida con amor, respeto, elevación y expansión. Honro así a contemporáneos que en silencio hablan al ser acariciados por la fuerza del pincel, instando a respirar con gratitud por la vida. Y a dejar huella de verdadera humanidad. Añadiendo, a la carne, al intelecto, el elemento espiritual que todo lo envuelve y presiente”.
¿A qué le adjudica usted la fuerza inaudita de su pintura?
“Antes que la gloria, conocí el infierno. Es decir, pululé del infierno a las dualidades más insondables de la fuerza espiritual más insospechada. Mi respuesta es muy simple. Sufrí un accidente y atravesé un túnel profundo, infinito y oscuro. No obstante -y yo lo ignoraba completamente-, existía, sólo para mí y a mi medida, una antorcha de esperanza. Una bengala, demasiado profunda dentro de mí misma. De esta manera, el fuego, se abrió. Extremó su camino entre los límites de mi estuche corporal y emergió en mí con tal fuerza que llegó a transformarse en plegaria incontenible hacia los confines de Dios. Luego entonces, mi fuego, simplemente ya no me pertenece, porque se ha fusionado a toda la gran matemática universal; y yo, quizá, o por si acaso, soy la más humilde de las contenedoras de ese gran regalo de la Divinidad. Y bueno, actualmente sólo puedo decir, que me he convertido en una fuente luminosa de amor. Yo no sé como ha podido suceder, pero cuando realizo un cuadro, veo lo más hermoso, sensible y tierno que un ser humano puede abrazar dentro de sí. Es decir, dentro de las cavernas más recónditas de su alma. Dentro de su mensajería interior. Dentro de su poderosa efimeridad.
Por otra parte, creo sinceramente, que la maldad es un invento demasiado superficial de la decadencia de las sociedades. De quienes se empeñan en negar la inseparable sabiduría del bien. Basta con tener un poco de fe, de tocar suavemente las maderas de las poderosas puertas de la verdad suprema, para no regresar jamás a la desesperación, ni mucho menos a la soledad. Y esos cuadros, a los que los señores Sargent y Hopkins llaman “premiados”, para mí, sólo son mis muy particulares llamaradas del cielo, dentro del regalo abierto de unas puertas glorificadas que siempre, me están entregando su frescura, consuelo multicolor y luminoso”.
¿Cuál será su próxima obra?
“La que me sea ordenada, porque yo sólo soy un instrumento. Son los cuadros, los colores, los pinceles, las espátulas, la luz y la bondad del mundo, la que me ordena este mandato pictórico, del cual, a manera de Biblia, no suelto nunca, ni poco, ni mucho, ni antes ni después, como explicaba Cortázar. Tampoco, dejo de recibir su honroso privilegio, su regalo; y todo eso pequeño, ínfimo o inalcanzable que encierra la altísima aristocracia del Gran Hacedor”.
Esto y más nacido de una pintora, no tocada aún por la avaricia de la fama o por las trampas de la vanidad, lo podemos descubrir en cuadros tan únicos como: Realidades, Columna de vida, La Inocencia, Cielo en la Tierra, Esperan-nza, Serenidad, Trato Hecho, Atrapa en la Ciudad, Niña con Caracol, Convale-cencia, El Milagro y muchísimos más, extraídos de las manos de esta gran artista.